domingo, 26 de octubre de 2014

Encuentros con nuevos desconocidos


Desde que regresé de China, ya hace algo más de un año, me he ido encontrando  con viejos conocidos y conocidas. Ahora los llamo así, pero reconozco que en algún momento de la vida han formado parte de mi agenda de amigos, tal vez no íntimos, pero de aquellos con los que quedabas habitualmente y me he dado cuenta de lo que cambia la gente, incluida yo. 

Reconozco que en algunos casos me he sorprendido y en otros, no. También reconozco que la vida nos ha llevado por caminos diferentes y en muchos casos nos hemos perdido hace años, pero resulta extraño hacer que no conoces a alguien porque percibes que esa persona no se va a parar a saludarte.

Me ha pasado con mucha gente que conocía. Siempre hay sorpresas, un ex que te pide el teléfono y que le agregues al facebook, una amiga que recuperas como si nunca se hubiera marchado; pero son los mínimos. Incluso me ha pasado que alguien a que me había saludado unos meses antes, hace  como que no me ha visto. 

A veces soy yo quien decide no ver a alguien, por evitar una conversión vacía e incómoda, por lo que supongo que los demás lo hacen conmigo por lo mismo. 

Otras veces, cuando se paran y nos saludamos y obviamente, nos preguntamos por la vida, noto cómo me miran mientras me juzgan valorando mi ropa tal vez extravagante, el bolso tal vez demasiado caro o los zapatos incalificables, por no de la cara que vislumbran tras las respuestas. No creo que sea para tanto, yo no les miro raro cuando contestan que se han casado y tienen hijos. Entre medias me juzgan por mi estilo de vida y de vez en cuando pronuncian un "¡cómo vives!"  o un "siempre has sido rara." No sé qué es peor de las dos cosas. En ese momento recuerdo porqué dejamos de quedar y de hacer cosas juntas. De hecho tengo amigos a miles de kilómetros con los que tengo más contacto que con la persona que tengo enfrente. 

Yo, sin embargo, intento no juzgarlas. Cuando me levanto por las mañanas también soy una maruja, antes de embutirme los vaqueros y calzarme los zapatos. Antes de sentarme a escribir o romperme la voz dando clases, marujeo dignamente en mi casa. En parte soy como ellas aunque solo perciben los grandes viajes, la vida en el extranjero, el trabajo de un lado a otro, la ropa... He de decir que es algo que hacen las mujeres, no así los hombres, que generalmente suelen alegrarse de tus éxitos y sentir los fracasos. También veo su mirada de pena, la que me mira y busca lo que ellas tienen y se apiadan de mi porque no tengo un marido o unos hijos. A continuación, pasan a quejarse de sus vidas para no saber más ellas.

Probablemente, la próxima vez que nos encontremos, sea yo quien finja no conocerlas...