Todos los caminos empiezan donde menos los esperas. Los míos suelen ser largas rutas que conducen al otro extremo del mundo. Son doce horas de vuelo directo, largas esperas en Pekín rodeada de otra lengua, de palabras que no entiendo, de dragones y comida tailandesa. Siempre que aterrizo allí es para despegar a continuación, y mientras, siempre busco y busco la gran muralla que nunca encuentro. Suele haber nubes o nieve o un calor agobiante. De nuevo, comer con palillos, arroz y platos pequeño.
Y sin darte cuenta, lo olvidas. Olvidas Occidente. Olvidas España y Europa y nunca dejas de ver, de aprender, de intentar comprender otro mundo. Buscas y vuelves a buscar. Nuevos vuelos, nuevas ciudades, trenes de alta velocidad que acercan las distancias, los nuevos amigos... Y así, en definitiva, vuelves a estructurar tu mundo como lo que es, un viaje de ida.